“QUE PUNTARENAS VUELVA A BRILLAR, COMO LA PERLA DEL PACÍFICO QUE ES”

(Monseñor Javier Román Arias, Obispo de Limón, en la Catedral de Puntarenas, el domingo 14 de julio, 2019)

Qué alegría encontrarnos para celebrar esta Santa Eucaristía, en la que conmemoramos el  amor salvífico que ha sido derramado en la cruz y que ha abierto para todos las puertas del cielo. Lo hacemos en el marco de una fiesta muy especial, que hermana a tantas parroquias en nuestro país, la fiesta en honor a la Madre del Señor, en su advocación de Nuestra Señora del Carmen.

Esta fiesta sabemos que tiene que ver, en primer lugar, con la familia religiosa del Carmelo y cuantas personas se agregan a la misma para honrar y amar a María. Pero la celebra también la Iglesia entera, porque la Orden de los Carmelitas ha difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios.

Es un gusto poder dirigirme a ustedes por invitación de mi hermano Monseñor Óscar. Lo hago de corazón a corazón, de un porteño del Caribe a los porteños del Pacífico. En efecto, hay muchos lazos que compartimos los limonenses y los puntarenenses, comenzando por el entorno marítimo que nos determina.

Sabemos por la historia de Puntarenas, en el año de 1913, que la embarcación llamada El Galileo naufragó mar adentro y su tripulación fue rescatada milagrosamente. Al llegar a tierra, los marineros contaron que una mujer los visitó para darles fortaleza y comida, fue por eso, según su relato, que sobrevivieron. Dice la historia que para sorpresa de los pescadores, cuando fueron a la iglesia de Puntarenas, la imagen de la Virgen del Carmen que estaba en el templo era igual a la mujer que los ayudó durante el percance.

A partir de esa fecha, la Iglesia Católica de Puntarenas celebra las fiestas de la Virgen del Mar, igual en que otros lugares del mundo, donde la llaman en latín Stella Maris, es decir “estrella del mar”. Ella es la Patrona y Madre de esta amada diócesis de Puntarenas.

La Palabra de Dios en este domingo nos presenta la actitud misericordiosa y cercana del buen samaritano, en esta bella parábola tan conocida por todos. En efecto, Jesús es un narrador maravilloso. La parábola del buen samaritano es una historia clásica que tiene dramas y personajes inolvidables. Está hecha a mano por un maestro narrador. Una de sus características literarias es la repetición de la frase que describe al sacerdote y al levita. San Lucas dice que no solo no se detuvieron para ayudar al hombre, sino que “pasaron por el lado opuesto”. Ambos hicieron lo mismo: “Pasaron por el lado opuesto” o “pasaron de largo”.

Las personas que escuchaban esta historia habrían hecho excusas para ellos. “La víctima quedó medio muerta” … Si tocaran al hombre y él estuviera muerto, aquellos hombres se habrían vuelto ritualmente impuros y no se les habría permitido oficiar, o participar en la adoración en el Templo, cosa que requerían sus servicios litúrgicos. Otros defenderán a los dos hombres religiosos diciendo que estaban solos en un camino peligroso y solitario. Esto incluso podría haber sido un montaje, una trampa para un viajero solitario.

Jesús no condena a los dos que pasaron. Pero vuelve a enfocar nuestra atención y habla de una persona, un extranjero, que cruzó al otro lado y tuvo la oportunidad de ayudar a la víctima. ¿Qué es lo que hace que la gente haga tales cosas? ¿Solo las personas de extraordinaria valentía están dispuestas a arriesgar todo, incluso sus propias vidas para ayudar a otra persona?

Notemos que, en la parábola, aquel samaritano llevaba consigo los “ungüentos curativos” del día; vino para la limpieza y aceite para favorecer la curación. La parábola nos sugiere que, con el Espíritu de Dios, tenemos los elementos necesarios para sanar y ayudar a quienes necesiten de nosotros.

Ante el dolor de aquel hombre, algo en el corazón del buen samaritano se conmovió; no pasó por un largo debate sobre los méritos de la persona herida. A diferencia suya, en estos días nuestra nación parece menos conmovida ante el dolor de los hermanos que sufren. Incluso algunos cristianos siguen dando la espalda a los abandonados y enfermos dentro de nuestras propias fronteras ¿Los juzgamos con severidad o, como el samaritano, tenemos compasión y nos abajamos para curar sus heridas ahí donde están a la orilla del camino?

 

Una mirada a la realidad

Sabemos que Puntarenas ha sufrido por muchos años el abandono y los efectos negativos de un injusto esquema de desarrollo, que ha fomentado la desigualdad con la región central del país. La falta histórica de una estrategia de desarrollo para las periferias geográficas, que conjugue la voluntad política de las autoridades gubernamentales con la capacidad de iniciativa y de acción de los liderazgos y de las organizaciones sociales de estos territorios, ha privado de oportunidades a miles de personas, cuya vida ha quedado al margen de los beneficios económicos y sociales ofrecidos al resto del país.

La postración económica es, fundamentalmente, la causa de casi todos los problemas que sufren estas regiones y la falta de oportunidades de trabajo constituye, sin duda alguna, el problema más agudo, el cual, a su vez, engendra indeseables y devastadores flagelos como la pobreza que golpea a 14 mil personas en esta provincia (INEC), el narcotráfico, la desintegración familiar, la prostitución y la drogadicción de los jóvenes. Problemas que también sufren otras regiones y pueblos pobres de nuestra querida Costa Rica.

Una palabra aparte merece la situación de los pescadores y demás gentes del mar.

El debate actual sobre técnicas de pesca permitidas o no, debe de poner siempre en el centro a la persona y su dignidad. Y siguiendo la propuesta del Santo Padre en su encíclica ambiental Laudato si, debe de observarse un balance, una ecología integral, donde los pescadores sean parte de las soluciones, no de los problemas.

Debemos llegar a la comprensión de que ellos y ellas son integrales al ambiente que debemos proteger. No son convenientes ni los permisivismos complacientes que acaban devorando los recursos naturales, ni los extremismos ambientalistas que desconocen el hambre, el desempleo y la miseria que sufren muchos de ellos y sus familias.

Monseñor Óscar Fernández Guillén, Obispo de Puntarenas

Es urgente ampliar las posibilidades de subsistencia armónica con el mar. Impulsar la acuacultura y otras formas de producción artesanal, animar la formación de más cooperativas y asociaciones, abrir nuevos mercados, promover el turismo ambiental, favorecer las certificaciones internacionales, ofrecer capacitación y apoyo técnico, incluso subsidios para los emprendimientos en este campo. Igualmente, con la misma decisión, deben de establecerse controles para evitar la pesca ilegal.

La iniciativa privada puede, y debe jugar un papel importante. Hay que fomentar las condiciones que permitan crear nuevos empleos dignos y conservar los que ya existen. Hoy muchas familias de pescadores sobreviven con menos de cien mil colones al mes, ¿quién puede salir adelante así cubriendo encima el pago de un alquiler y los servicios básicos?

Instituciones como Incopesca, el IMAS, el Ministerio de Agricultura, las universidades públicas y las Municipalidades deben ser aliadas del desarrollo integral, facilitadoras de procesos y servir como como ayudas oportunas para quienes, con honestidad y legalidad, quieran salir adelante.

El diálogo, tan apelado en las últimas semanas para resolver las diferencias, debe de ser permanente, auténtico y en todo caso conducir a la toma de decisiones concretas. Debe de imperar una verdadera actitud recíproca de escucha y comprensión. No más diálogos de sordos en nuestro país.

La Iglesia estará siempre dispuesta para servir al bien común y a la paz, aunque muchas veces se recurra a nosotros solo cuando el agua del conflicto social está llegando al cuello de los políticos de turno.

Diputados de Puntarenas, el pueblo necesita su compromiso con proyectos de ley que permitan salir de esta crisis que se arrastra desde hace tanto tiempo. Que Puntarenas vuelva a brillar como la perla del Pacífico que es.

En momentos de incertidumbre como los que hemos vivido en Costa Rica, nadie apela a un Estado laico, ni se reclama con irrespeto y altanería recluir a la Iglesia en las sacristías para acallar su voz profética.

No importa, como pastores estaremos siempre en defensa de la justicia, del bien y la verdad. Nadie en su sano juicio podría pensar que el clima de conflictividad social ya desapareció en nuestro país, por eso seguiremos animando el encuentro permanente entre las partes y la responsabilidad de cumplir los compromisos asumidos.

Tengan presente hermanos, que no es cierto que los obispos y la Iglesia estemos acomodados en nuestras zonas de confort, como afirmó irresponsablemente hace poco un medio de comunicación. Cada uno de nosotros está trabajando en diferentes temas y realidades sociales de nuestras diócesis, apuntando siempre al bien común, que es el bien de Costa Rica.

 

Ingreso a la Catedral de Puntarenas

Encomendados a la Madre del Señor

Hermanos, siempre que celebramos la Eucaristía, en la Plegaria Eucarística, “veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor”.

En esta misa de la fiesta del Carmen, le pedimos a María, en palabras del Papa San Pablo VI, que “sea ella la Estrella de la evangelización siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos difíciles y llenos de esperanza” (Pablo VI, El anuncio del Evangelio, n° 81).

Que Nuestra Señora del Carmen acompañe los pasos y el peregrinar de esta diócesis de Puntarenas, a sus familias y comunidades cristianas, especialmente a los más pobres. Amén.

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