Muy buenos días queridos estudiantes, profesores, autoridades administrativas, familiares e invitados especiales.
Nos hemos reunido para celebrar el esfuerzo de quienes, a lo largo de años de estudio y sacrificio, hoy ven coronados todos sus esfuerzos en este acto de graduación.
Es cierto que cada año se celebran decenas y hasta cientos de graduaciones en nuestro país. Las instituciones públicas y privadas se han multiplicado en los últimos años haciendo que la educación superior esté hoy al alcance de un número mayor de personas.
Entonces, ¿qué diferencia hay entre los miles de profesionales que se gradúan en estos días y ustedes?, quisiera que meditáramos un poco sobre esta pregunta.
Desde luego que hay diferencias, porque desde el momento en que ustedes escogieron una instancia de la Iglesia para formarse optaron por hacerlo bajo los principios del humanismo cristiano y las enseñanzas del Evangelio.
Aquí es la persona la que está en el centro de todas las acciones. El Incotep, como todas las demás organizaciones de nuestra Iglesia, no tiene un fin comercial o lucrativo, sino fundamentalmente evangelizador.
Entonces les pregunto, ¿de qué se están graduando hoy? Podrían decirme muchas cosas, pero en el fondo tendríamos que coincidir en que esta graduación es, en el fondo, un paso más en su condición de bautizados, de testigos de Cristo llamados a proclamar su Palabra y su infinita misericordia.
Las herramientas académicas que han obtenido los capacita para mostrar mejor a todos a Aquel que es la fuente de toda sabiduría, para encarnar de una forma más concreta y eficaz la presencia de la Iglesia en los ambientes del mundo, para contagiar la sociedad de bien y verdad, para ser mejores personas y formar mejores familias.
Porque si después de todo este proceso formativo ustedes no han experimentado un encuentro personal con Cristo vivo y actuante, poco habremos logrado. Nada haríamos con estar aquí celebrando. Tendríamos un título, cierto, pero el corazón seguiría reseco y vacío.
Por eso, y quisiera que todos lo tuviéramos muy claro, tanto estudiantes como tutores y los servidores administrativos, el Incotep logra su objetivo sólo cuando logra tocar el corazón de sus estudiantes, cuando pueden decir que al final del proceso son mejores personas porque se sienten amados y acogidos por Dios y la Iglesia.
Estamos en Adviento, un tiempo precioso de preparación para la venida de Cristo en la Navidad. Es por esa misma razón, un tiempo de espera activa, de esperanza y conversión. Lo hemos escuchado en las lecturas de estos domingos, hay que preparar el camino del Señor, un llamado que resuena con una fuerza especial para ustedes, queridos graduandos.
Su opción cristiana los convierte en misioneros, en agentes de evangelización y revela su vocación más profunda como hijos de Dios. Deben dar a todos razones de la esperanza y la alegría cristiana. Que quienes se encuentren con ustedes de ahora en adelante perciban el suave olor de Cristo en sus vidas, que no se marchen nunca igual a como llegaron donde ustedes. Esa es su misión.
Como nos recuerda el Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii gaudium, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.
Esta alegría claramente se comparte en comunidad, se crea y recrea en la Iglesia. Se trata de una conciencia que aleja el individualismo y el egoísmo, tan difundidos en nuestra sociedad, que no dejan espacio más que para los propios intereses y donde no entran los demás, no hay espacio para los pobres y se acalla la voz de Dios.
Los creyentes también corremos ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caemos en él y terminamos convirtiéndonos en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
Sólo gracias al encuentro -o reencuentro- con el amor de Dios somos rescatados de nuestra conciencia aislada. Comprendámoslo, llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora que ustedes están confirmando hoy en esta graduación.
Así, quien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros? Como dice la Palabra, “no podemos callar lo que hemos visto y oído”.
Cuánto quisiera que estas palabras resonaran hoy en sus conciencias y se trasformaran en acciones concretas que lleven a otros a la fuente del amor que es Nuestro Señor Jesucristo. Solo entonces podremos decir que hemos hecho la tarea, que hemos cumplido.
Pidamos a Dios la fuerza para hacerlo, y que la alegría que sentimos hoy sea signo indeleble de la fe que nos anima en el caminar.
Muchas gracias y que Dios los bendiga a todos.
Mons. Javier Román Arias
Obispo de Limón
Responsable del Centro Nacional de Catequesis