Homilía en el Día Diocesano de la Juventud, Domingo 9 de julio, 2017

Mis queridos jóvenes. Siento una gran alegría de estar hoy en medio de ustedes y dejar que me contagien de su energía y de su fuerza para transformar el mundo.

El Día Diocesano de la Juventud es un momento para celebrar la fe que nos identifica y por la cual llevamos adelante numerosas iniciativas desde las pastorales juveniles, con las cuales la Iglesia desea tener presencia e incidencia en el mundo de los jóvenes.

Habrán escuchado que se ha dicho que ustedes son el futuro de la Iglesia. Pues no, yo digo que son el presente de la Iglesia, el hoy de la evangelización que pasa por su determinación y por su creatividad.

Ustedes viven inmersos en una época de profundos cambios sociales. Hay nuevos modos de relacionarnos, de comunicarnos y de vivir la fe. Nadie como ustedes conoce a sus amigos y compañeros que no están aquí, que no creen o que están doblegados por los vicios o las pasiones.

Son ustedes los llamados a llevar toda esta carga espiritual que hoy están teniendo hasta sus ambientes. Hablen con esos jóvenes que no conocen a Cristo, denles testimonio con su vida, en el trato, y con la amistad sincera y desinteresada. Poco a poco, al sentirse amados, su corazón los llevará de regreso al seno de la Iglesia.

Ustedes son misioneros en el mundo juvenil. Y los misioneros no temen las dificultades, que pueden ser muchas y muy variadas en el mundo que nos ha tocado vivir. Pensemos, ¿adónde nos lleva el miedo? Al encierro. Y cuando el miedo llega a nuestros encierros mentales y espirituales, siempre viene acompañado por su hermana la parálisis.

Corremos el riesgo de sentir que nada podemos hacer, que todo está perdido, y entonces abandonamos la esperanza de un mundo y una sociedad mejor.

Sentir que en este mundo, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades, no hay ya espacio para crecer, para soñar, para crear, para mirar horizontes, en definitiva para vivir, es de los peores males que se nos pueden meter en la vida, y en la juventud.

La parálisis nos va haciendo perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar juntos, de caminar con otros. Nos aleja de los otros, nos impide tender la mano.

Un tipo de parálisis muy grave es la comodidad. Sí, así como lo oyen, la comodidad, la seguridad y la tranquilidad del aislamiento de la realidad de los otros, de sus necesidades y de nuestra obligación de salir a su encuentro.

Mis queridos jóvenes, como dijo el Papa en la última Jornada de la Juventud, “no vinimos a este mundo a vegetar, a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella”.

Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad. No somos libres para dejar esa huella.

Este es el precio y hay mucha gente que quiere que los jóvenes no sean libres, que sigan atontados, embobados, adormecidos. Esto no puede ser, debemos defender nuestra libertad.

Por eso deseo preguntarles hoy delante de Dios:

Se comprometen a mantenerse alejados de las drogas?,

Se comprometen a renunciar a la vida fácil del delito y el pecado?

Se comprometen a asumir la responsabilidad y el trabajo como norma de sus vidas?

Quieren vivir según el plan de Dios y esforzarse por dar testimonio de su fe?

Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, el Señor del siempre “ir más allá”. Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar la comodidad por un par de tenis -o de botas- que nos ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios y su misericordia.

Dios espera algo de cada uno de nosotros. Nos está invitando a soñar, nos quiere hacer ver que el mundo con cada uno de nosotros puede ser distinto. Eso sí, si no ponemos lo mejor de nosotros, el mundo no será distinto. Es todo un desafío.

Cristo, el siempre joven, él que es la vida, nos invita a dejar una huella que llene de vida nuestra historia y la de tantos otros. Él, que es la verdad, nos invita a desandar los caminos del desencuentro, la división y el sinsentido.

Seamos protagonistas de la historia porque la vida es linda siempre y cuando queramos vivirla, siempre y cuando queramos dejar huella. Que nuestra huella sea de amor, de esperanza y de caridad.

El Señor bendiga sus sueños, Amén.

 

Mons. Javier Román Arias

Obispo de Limón

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