Homilía en la fiesta de San Juan Bosco

Querida familia salesiana. Es una alegría estar aquí celebrando a Don Bosco, este gigante de la fe, patrono de la juventud y de la educación técnica, cuya vida y obra tanto tienen que decirnos hoy para la Iglesia y la sociedad.

Alguien podría preguntarse por qué yo, Obispo de Limón, presido esta Santa Misa pudiendo ustedes haber invitado a algún sacerdote u obispo religioso de los varios que tenemos en el país.

Pues bien, resulta que yo fui formado por los salesianos -hace muchos años ya- y guardo en mi corazón ese sentimiento que me hace estar en familia en medio de ustedes.

De los 12 a los 19 años bebí del carisma salesiano. Aprendí las claves del método de don Bosco, el amor como eje fundamental y la dignidad humana presente en cada persona, sin distingo de formación, origen o color de piel.

Este es el secreto de todo hombre santo, y lo fue muy particularmente de Don Bosco: El amor. Saberse amado por Dios y amarlo sin medida, conocerle, amarle y servirle; enamorarse cada día más del “Amor de los Amores” y poderlo amar a través del prójimo.

Las lecturas que hemos escuchado nos ayudan a entender la vida de este gran santo de la iglesia. La invitación de Jesús en el Evangelio a hacernos como niños y acoger a los más indefensos y concretamente a no escandalizarlos, fue la misión que desde niño don Bosco llevó adelante.

La segunda lectura nos invita a tener a Dios en nuestra vida, a guardar en nuestro corazón sus mandamientos y buscar siempre la santidad. No es algo sencillo, lo sabemos, pero Dios quiere que siempre miremos el bien y la verdad. El pecado deshumaniza y nos sume en el vacío de una existencia sin sentido, que va en contra de nuestra propia naturaleza.

Como decía Don Bosco, la santidad consiste en estar siempre alegres, porque quien tiene a Dios en su corazón va a estar alegre y va a trasmitir esa misma energía a los demás. La alegría nace de hacer la voluntad de Dios, de buscar siempre actuar como actuó Jesús, tener sus mismos sentimientos y opciones. Y  la lectura del Profeta Ezequiel nos ofrece las características del buen pastor, y eso fue lo que vivió Don Bosco.

Un buen pastor va al encuentro de sus ovejas, especialmente aquellas que se han perdido, las busca y consuela. Eso fue lo que hizo Don Bosco con tantos jóvenes que en su época necesitaban de apoyo y una familia que los amara y protegiera.

Hoy en nuestra sociedad encontramos las mismas necesidades de los jóvenes y nos toca a nosotros imitar el carisma de San Juan Bosco, para seguir respondiendo a tanta juventud necesitada.

Leyendo la vida de Don Bosco siempre me llama mucho la atención el sueño que tuvo a los nueve años. Se trata de una llamada de Dios, a través de la cual podemos descubrir la llamada de Dios a cada uno de nosotros.

Lo primero es la importancia de la educación de la fe en la familia. Juanito se molesta por las blasfemias de aquellos jóvenes y trató de pararlos a golpes, aquí el sueño,  y comienza a hacer diferencia porque le molesta aquella actitud. La respuesta la encontramos en el diálogo con Jesús, al que le pregunta ¿quién eres?, y él le responde “soy el hijo de aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día”.  Yo pregunto, ¿Qué importancia le damos hoy a la oración en familia? ¿Están siendo nuestros hogares escuela de valores y principios? ¿Cómo padres de familia asumimos la responsabilidad de transmitir la fe a nuestros hijos?

Dios nos llama por nuestro nombre a una misión concreta y por más excusas que pongamos, su voluntad se cumple siempre: “Soy un pobre muchacho, incapaz de hablarle de religión a aquellos jóvenes”, le dice Juanito, pero Dios insiste en ese llamado y lo acompaña con su madre María.

El método no podría ser mejor: los amigos se ganan con caridad y con amor. Se trata del método de atracción que tanto ha sido desarrollado en pastoral. El cristianismo se extiende en la medida en que podamos dar testimonio de la acción de Cristo en nuestra vida y lo hagamos presente en el trato con los hermanos, especialmente los más necesitados.

Este llamado de Don Bosco tiene todo un paralelismo con la llamada de los profetas o las distintas vocaciones en la Sagrada escritura, Don Bosco como todo auténtico profeta sabe que su vocación es iniciativa de la misericordia divina, y que nuestros mejores proyectos y realizaciones a favor de la Iglesia o de la humanidad, son suyos e inspirados en nosotros.

Claramente, Don Bosco sabe que  toda vocación va encontrar obstáculos, problemas y tentaciones que no pueden desanimarnos ni hacernos perder la claridad de nuestra fe.

¡Qué equivocados estamos cuando nos desanimamos de hacer el bien a causa de la incomprensión de la gente! Si se cumple la voluntad de Dios nada nos deben de importar las críticas, ni los ataques.

El corazón puro que sabe que sus actuaciones son movidas por el Espíritu Santo no debe temer la oposición. Esos obstáculos son, por el contrario, la confirmación de que se obra según los criterios del Reino de Dios.

¡Cuántas buenas intenciones se nos han quedado en el tintero simplemente porque no encontramos un apoyo unánime! Si la intención es buena, debemos de seguir adelante con valor. Tengamos presente que el Señor también corrió riesgos y se enfrentó a la oposición de muchos para proclamar el amor de su padre celestial.

Pero hay que perseverar. Don Bosco nos dirá lo mismo con sus palabras: “Con caridad y paciencia todo se alcanza y hasta se llegan a juntar rosas sin espinas”.

Don Bosco tenía sus amores, y es bueno que siguiendo sus pasos, también nosotros los tengamos.

Amaba a Dios sobre todas las cosas. Si no hubiera encontrado el amor de Dios en su vida, no hubiera sido capaz de entregarla como lo hizo; porque el amor no se agradece, se corresponde con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas.

Alguien que ama a Dios vence cualquier temor y dificultad, porque sabe que cualquier esfuerzo por “el amado” vale la pena, cualquier obra en realidad es en Él y por Él. Dice Don Bosco que “A Dios no le placen las cosas hechas por la fuerza porque siendo Él el Dios del amor, quiere que todo se haga por amor”. En fin, alguien que ama a Dios es capaz de hacer cosas extraordinarias, porque Dios es extraordinario.

Don Bosco amaba la vida. Un cristiano siempre debe poder decir que su vida es un regalo de Dios. Hay que “estar siempre alegres” y vivir nuestra vida descubriendo la voluntad de Dios en cada instante, siendo luz que ilumina la oscuridad del mundo. Ante un problema o dificultad, ser faros de esperanza; ante la tristeza y el desánimo, ser la “sonrisa sincera”; ante el negativismo de la mente, ser positivos de corazón, porque todo está en las manos de Dios.

También hay que amar la vocación. Don Bosco escuchó la voz de Dios que le llamaba a consagrarle su vida en el sacerdocio y a trabajar por los jóvenes de su época. Ante el llamado, la respuesta de un Santo, a imitación de María, diciendo sí y poniéndose en marcha, emprendiendo proyectos y siguiendo el camino hacia el destino que desde el corazón de Dios le era señalado para su vida: el servicio; y los frutos de su trabajo, aún hoy, se siguen cosechando a lo largo del mundo y a través de los años. Aquí mismo en Costa Rica gozamos desde hace más de cien años de los frutos de este Sí total a Dios, materializado en obras y proyectos que hacen mucho bien a nuestra sociedad.

Finalmente, hay que amar a la Iglesia como Don Bosco lo hizo. Él trabajó con y desde la Iglesia en su obra por los jóvenes, enseñándoles a estos a amar a la Iglesia como Cristo la amó.

Podríamos decir muchas cosas más, pero lo importante es intuir la grandeza de Don Bosco, como hombre, como sacerdote, maestro, amigo y apóstol de la juventud. Un buen cristiano y un honrado ciudadano… un gran Santo, siervo e Hijo predilecto de Dios y también de la Virgen María.

Que su testimonio nos haga crecer en santidad, compromiso y amor por toda la humanidad. Amén.

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