(Por el Pbro. Eduardo Ramírez, Vicario General de la Diócesis de Limón)
Hoy, en el contexto de la celebración de la Pascua, nos hemos dado cita, para celebrar el don del Resucitado, y proclamar al mundo, éste, que es el Misterio fundante de nuestra fe. Y en este marco, como comunidad eclesial, para dar gracias a Dios porque, nuestra Iglesia diocesana fue bendecida por mas de cincuenta años, con la vida y acción apostólica de las hermanas Oblatas de la Providencia aquí en Siquirres, pero aún más allá en la comunidad de Limón desde donde han sabido extender su ímpetu evangelizador a toda nuestra Iglesia particular.
Desde aquel lejano 3 de marzo de 1964, que coronó, con la llegada de las primeras hermanas a Siquirres, las proféticas gestiones del Padre Roberto Evans; hasta nuestros días, las hermanas en medio de nosotros fueron testigos, de la presencia viva del Resucitado, en ambientes, circunstancias, y en tiempos en los que muchas veces, como en el camino de Emaús, su presencia parecía esconderse en el aparente fracaso de la Cruz. Esto para decir que su historia entre nosotros, estuvo marcada por la renuncia, la entrega sacrificada, la acción sin tregua en tantas comunidades que no permitía el cansancio, largas caminatas, y hasta travesías en bote, una acción catequética y educativa constante, y un testimonio silencioso que desde la sencillez luchó por la promoción de tantas personas, y por su evangelización.
La Palabra de Dios nos permite hacer una lectura que, desde la fe, hace brillar lo extraordinario de esta historia compartida, que sin duda ha sido historia de Salvación.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles, pone de relieve tres datos que nos sirven de referencia para captar la realidad más profunda de nuestra gratitud a Dios: el primero, la desproporción entre la fuerza del Resucitado y lo que ella desencadena; y los medios pobres con que aparecen sus testigos ante el pueblo expectante y sediento de una novedad que sea capaz de dar sentido a su vida; el segundo, la contradicción evidente entre la acción evangelizadora y el encerramiento de un mundo que parece negarse a acoger la luz que proviene del Resucitado, aunque sin poder ahogar su potencial: “Él era la luz verdadera, la luz que ilumina a todo hombre, y llegaba al mundo… Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les dio capacidad para ser hijos de Dios”. El tercer dato, el que pone de relieve, cómo para el que ha sido llamado a ser testigo del resucitado, no hay ninguna fuerza o condición adversa, que pueda doblegar el anhelo de fidelidad al proyecto de Dios.
Estos datos son acentuados por el texto del Evangelio, en el que de frente a la incredulidad de quienes reciben el anuncio gozoso de que el Señor vive, parece levantarse como un muro infranqueable, la incredulidad de quienes lo reciben con dureza de corazón; pero que más allá de las dificultades termina reiterando el envío que el Señor hace de los suyos: “Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación…”.
Se delinea de esta forma la misión de la Iglesia, que no consiste en otra cosa, sino en extender la luz del Resucitado, en saber penetrar toda realidad con la fuerza vital del misterio de su Pascua, abriendo tantos sepulcros que esperan que las piedras que les encierran puedan ser removidas; animando el camino de quienes caen rendidos bajo el peso de sus decepciones y de las heridas que la vida les dejó; dilatando corazones al despertar en ellos el nuevo ardor de la esperanza; proclamando simple y llanamente que sobre la Cruz venció la vida… esa ha sido la misión de las Hermanas Oblatas de la Providencia en medio de nosotros.
Si me pusiera a enunciar cada nombre, de todos los que a lo largo de estas mas de cinco décadas han entretejido esta experiencia pascual, correría el riesgo de omitir involuntariamente alguno; si me pusiera a narrar la tarea que cada una ha realizado a lo largo d esta historia, sin duda me quedaría corto.
No obstante, les pido que me permitan señalar, tres acciones fundamentales, que desdoblaron durante su permanencia entre nosotros, el carisma fundacional de las Oblatas de la Providencia: la animación de la vida en las comunidades; la acción catequética y la promoción integral de las personas. De una u otra forma, creo que la inmensa labor de tantas hermanas, de una u otra forma, dice referencia a estos tres ejes, que hoy siguen cobrando vida en nuestro 4° PDP.
Y quisiera, sin querer excluir a ninguna hermana del pasado o del presente, sino recogiendo lo que cada una de ellas ha sembrado en nuestros surcos y que son ahora el motivo de nuestra gratitud, hacer mención de tres nombres, cada una de ellos vinculada de una manera singular a uno de estos tres ejes, y que en sus vidas recogen la vida y el espíritu de todas las hermanas:
La hermana Rosario San Martín y Pan, una de las hermanas fundadoras que llegó a Siquirres aquel lejano 3 de marzo de 1964, y cuya huella sigue latiendo en tantas comunidades que incansablemente animaba, y a las que se desplazaba, desafiando caminos y sin que la detuviera ni el tiempo ni la distancia. Animadora de comunidades y formadora de animadores de comunidad, supo impregnar del espíritu del Concilio la vida de nuestra Iglesia, cuando apenas comenzaban a conocerse los frutos de una nueva forma de vivir la Iglesia en comunión y participación. El primer plan de pastoral del Vicariato Apostólico de Limón comenzó a recoger muchas de las semillas por ella plantadas, y está marcado por su huella.
La hermana Virginia Oña, tan querida y recordada en esta comunidad comunidad de Siquirres, catequista infatigable, formadora de tantos catequistas, e incansable apóstol que se sabía enviada a anunciar la buena nueva, y a ello se dedicaba a tiempo y a destiempo. La renovación catequética de nuestra Iglesia diocesana, tiene a la hermana Virginia entre un grupo de grandes catequistas que hicieron brillar la enseñanza de la fe, por su pasión y dedicación sin límite a generar procesos de crecimiento en la fe.
Finalmente la hermana Henrietta Luaces Bonhora, vinculada de manera singular a la labor de promoción desde la Caritas y Pastoral Social diocesana, que con tesón y dinamismo, se esforzó por poner de relieve la dimensión social del Evangelio haciendo viva la Palabra de Jesús: “Lo que hicieron con uno de mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicieron” .
Ni sólo a esto se dedicaron estos tres baluartes de la evangelización, ni sólo ellas se dedicaron a estos. Sino que esta ha sido la tarea de todas las hermanas a lo largo de estas décadas, que en ellas tres quise recoger.
No en vano el Evangelio recoge lo que el Papa Francisco ha querido poner de relieve al elevar a María Magdalena en su fiesta litúrgica al nivel de los otros apóstoles. La obra evangelizadora no hubiera tenido su empuje inicial, sino hubiese sido por el impulso de la primera gran apóstol. Al genio femenino que en María Magdalena encuentra un real testigo debemos en gran medida el que el Evangelio siga convocando a los hombres y mujeres de todos los tiempos a la gran revolución de la ternura.
También entre nosotros, la tarea evangelizadora ha sido marcado por el talante de la mujer, ejemplo vivo de ello son las hermanas Oblatas de la Providencia, de ayer y de hoy, por las que damos gracias infinitas a Dios.