La Iglesia es familia unida en el amor

Muy queridos hermanos

Representa para mí como obispo una alegría inmensa encontrarme una vez más para celebrar juntos esta Santa Misa Crismal. Saludo con afecto a mis queridos hermanos sacerdotes, diácono, religiosas, seminaristas y laicos que nos acompañan aquí en la casa de todos, nuestro templo catedral, y a quienes a través de Radio Nueva y Radio Casino nos escuchan desde sus casas o trabajos.

Esta Semana Santa ha dado inicio ayer con el Domingo de Ramos. Se trata de un tiempo fuerte para la Iglesia en que hemos de procurar un crecimiento espiritual que nos impulse hacia nuevos caminos dentro de la misión evangelizadora que compartimos.

Con la mirada puesta en la Resurrección del Señor, nos adentramos en los misterios de la fe, seguros de que Aquel que ha muerto en la cruz por amor, está aquí y ahora en medio de nosotros, animando y fortaleciendo nuestro compromiso como Iglesia.

La Iglesia vive por el amor, como una familia que se nutre del amor de sus miembros, así la Iglesia, con Cristo como cabeza, se vivifica en la caridad, en el encuentro, en la celebración fraterna y las obras de misericordia.

Me gusta mucho esta imagen de la Iglesia como la gran familia del amor de Dios. En una familia nadie sobra, por el contrario, todos somos importantes y necesarios. En una familia la alegría de uno es alegría de todos, y los problemas de uno son los problemas de todos.

La familia se apoya y empuja, fundamenta sus decisiones en el diálogo fraterno, camina unida y cuando alguien cae no le abandona, sino que se corre en su auxilio para que se levante y siga adelante.

Así somos, así debemos de ser y de actuar como Iglesia. Como una familia que antepone el bien de todos al bien particular, como una familia que comparte intereses, que crece en número y en madurez, que vive la fe y la comparte con todos.

Los sacerdotes somos parte de esta familia. Ustedes que nos acompañan este día son nuestra familia, en medio de ustedes nos sentimos acogidos y acompañados, apoyados y fortalecidos para seguir adelante con alegría y esperanza, dando lo mejor de cada uno aún en medio de nuestras muchas debilidades y pecados.

El obispo, como padre, está llamado a marcar el camino, a orientar y a tomar decisiones, a veces fuertes y dolorosas, para el bien de su familia. El obispo es el primer servidor de todos y probablemente el más urgido de sus oraciones. No es un dictador, ni una persona que no escucha razones. Si supieran cuanto duele a veces tener que decidir sobre situaciones difíciles que requieren una respuesta firme…

En estos años al frente de esta amada diócesis he podido compenetrarme con el ser y el quehacer limonense. Soy uno entre ustedes, por mis venas corre el verde de Talamanca y el verde azulado de nuestro Mar Caribe. Me alegro con la sonrisa de nuestros niños, el calipso y un buen rondón.

Doy gracias a Dios todos los días por tenerme aquí, y por tenerlos a cada uno de ustedes a mi lado. Por contar con sacerdotes tan entregados y serviciales, por el ejército de agentes de pastoral que animan la evangelización todos los días, por tener familias tan comprometidas con la Iglesia y personas que nos apoyan y ayudan en todos nuestros planes y proyectos.

La Diócesis de Limón navega en medio de las tormentas que el mundo de hoy nos presenta segura porque sabe que su timón lo lleva Cristo. Él se encarga de que lleguemos a buen puerto, de que se multiplique el número de quienes le aman y le siguen de todo corazón. Nosotros solo somos herramientas en sus manos, inútiles siervos de quienes Él se vale para llevar adelante su obra de amor y redención.

 

Unidos a Cristo sacerdote

Con esta conciencia celebramos hoy esta Misa Crismal, que tiene y manifiesta un profundo significado centrado en el sacerdocio. Se refiere tanto al sacerdocio común que todos los fieles disfrutamos desde la unción bautismal, como, sobre todo, al sacerdocio ministerial de Jesucristo del que participamos quienes, por una misteriosa elección divina, hemos recibido el Sacramento del Orden.

Por tanto, la principal actitud que hoy nos conviene a todos es la voluntad de unirnos a Cristo sacerdote, hecho oblación agradable al Padre, que se ofreció de una vez para siempre como sacrificio de perfecta obediencia para la redención de la humanidad entera, por eso antes de iniciar el Triduo Sacro, la Iglesia quiere que nos reunamos como familia para agradecer también al Señor el don de su sacerdocio y la tarea de nuestra dedicación y entrega al ministerio, ¿cómo? Renovando las promesan ante el obispo y bendiciendo los oleos y consagrado el Crisma.

Hemos escuchado que la Oración Colecta nos pide a cada uno de los consagrados, que seamos en el mundo testigos de la obra redentora de Cristo. Este testimonio empieza por nosotros, queridos  sacerdotes y seminaristas, es un llamado a vivir la fraternidad sacerdotal, tal y como nos exhorta el Concilio Vaticano II, cuando afirma en uno de sus documentos sobre el sacerdocio que “los presbíteros estén unidos con sus hermanos por el vínculo de la caridad, de la oración y de una cooperación que abrace y comprenda todo” (Presbyterorum ordinis , 8).

San Juan Pablo II decía a un grupo de sacerdotes y seminaristas que “el genuino espíritu fraterno les llevará felizmente a atender con solicitud ejemplar a sus  hermanos sacerdotes cuando estén afligidos por la enfermedad, por la pobreza extrema o por la soledad, cargados con las labores excesivas o cuando el peso de los años haga más fatigoso el trabajo apostólico…”

Pedía además una particular atención a las situaciones de un cierto desfallecimiento de los ideales sacerdotales o la dedicación a actividades que no concuerden íntegramente con lo que es propio de un ministro de Jesucristo. Es entonces, recordaba el Santo Padre, “el momento de brindar, junto con el calor de la fraternidad, la actitud firme del hermano que ayuda a su hermano a sostenerse en pie”.

 

Dar testimonio de amor y santidad

Ahora bien, si la redención fue la expresión máxima del amor de Dios al hombre, hecha perceptible en Jesucristo, quienes estamos vinculados por el sacerdocio a la misión salvífica del Mesías, deberemos procurar, también y principalmente, vivir y testimoniar el amor de Dios a los hombres.

Y el amor se manifiesta con amor. Dicho de otro modo: testimoniar o manifestar con la vida el amor que Dios nos tiene es misión que comporta, simultáneamente, narrar con palabras la gran gesta del Señor, y mostrar fehacientemente a la vez que nosotros estamos amando al prójimo. Para ello tendrá que ser ese amor, al estilo divino, el que rija, día ,ese es al amor que deben experimentar quienes se acercan a nosotros en cada una de nuestras parroquias.

Sin amor no se proclama el amor; y sin amor, no se siembra el amor. Por tanto, sin amar a Dios, que es el principio y la fuente de todo amor verdadero, no puede vibrar en nosotros el amor al prójimo; y si no brilla en nosotros el amor al prójimo, no estamos en condiciones de participar en la excelsa misión que Jesucristo recibió del Padre: salvar el mundo por amor.

Estamos llamados a ser agradecidos con Jesucristo que nos ha hecho partícipes de su misma unción y misión, por eso unámonos en una plegaria sincera para que Dios nos ayude “a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofrece a todos los hombres”.

Nos ilumina muy bien la Primera Lectura de Isaías y el Evangelio. El profeta anuncia su vocación, que consiste en un Don de Dios y que designa como una unción. Esta vocación está en función de los más afligidos de Sion, pues cunde entre ellos el desánimo porque no llega la restauración prometida. El consuelo consiste en decirles que el tiempo del gran cambio va llegar, y será entonces cuando verán la benevolencia de Dios.

Es una llamada a la alegría, porque el que lo hace tiene la firme confianza en que Dios apresura ese tiempo de salvación y eso en tan cierto como el crecimiento de la hierba en el campo, o como el ir y venir de las mareas del mar.

 Podemos preguntarnos, ¿y cómo ser testigos hoy? Con una vida santa, siendo sacerdotes santos, reconociendo que podemos fallar, pero que tenemos que vencer el pecado y luchar cada día por acercarnos más a la fuerza que viene de Dios, para poder ser dignos comunicadores de su mensaje de vida y salvación.

Se nos pide que perseveremos en la vocación que hemos recibido como un don, y que llevemos a cabo la tarea en que estamos empeñados. Miremos siempre la misión que nos ha sido confiada, soñemos con ella y hagamos de su cumplimiento la razón de ser de nuestras vidas. Esta conciencia alejará cualquier pensamiento que nos distraiga de cumplir aquello por lo cual hemos sido consagrados.

 

Los óleos y el crisma

En esta Misa se consagra el Santo Crisma y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos.  La palabra Crisma proviene del latín chrisma, que significa unción. Así se llama ahora al aceite y bálsamo mezclados que consagraré más adelante.

Con esos óleos serán ungidos los nuevos bautizados y se signará a los que reciben el sacramento de la Confirmación. También son ungidos los obispos y los sacerdotes en el día de su ordenación sacramental.  Así pues, el Santo Crisma, es decir el óleo perfumado que representa al mismo Espíritu Santo, nos es dado junto con sus carismas el día de nuestro bautizo y de nuestra confirmación y en la ordenación de los sacerdotes y obispos.

Con el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados se vigorizan, reciben la fuerza divina del Espíritu Santo, para que puedan renunciar al mal, antes de que renazcan de la fuente de la vida en el bautizo.

El óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua el apóstol Santiago, remedia las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados. El aceite simboliza el vigor y la fuerza del Espíritu Santo. Con este óleo el Espíritu Santo vivifica y transforma nuestra enfermedad y nuestra muerte en sacrificio salvador como el de Jesús.

Esta consagración que vamos a realizar incumbe especialmente a ustedes queridos hermanos y hermanas, fieles laicos, porque ustedes son signo material de la identidad y de la misión cristiana.

Recalco identidad y misión, porque les toca todos los días enfrenarse a un mundo paganizado, igual que tiempos de Cristo, y necesitamos de su fuerza para hacerle frente.

La forma de vida anticristiana y anti humana están arrasando con todo. La vida no vale para muchos. Aquí mismo en Limón en muchos de nuestros barrios hemos perdido la paz. Cuántas familias lloran la pérdida de un ser querido… Recordamos con dolor las imágenes que nos llegaban hace unos días desde Siria y Egipto. Niños inocentes que mueren del modo más cruel que se pueda imaginar. Todo esto refleja la acción del mal y tiene que hacernos crecer en la convicción de que el cristiano está llamado a transformar el mundo.

 

Muchas veces nos dejamos llevar por el dinero, el poder, las modas, el mundo se aleja de Dios, se quiere quitar a Dios de todo, se va perdiendo el valor de la familia… , de la vida esa es la realidad que hoy nos toca y no podemos  desanimarnos.

Debemos más bien salir, como dice el Papa Francisco, que nos lanza a una Iglesia en salida, confiando en Dios y no en nuestras falsas seguridades. El Santo Padre nos invita a ir a las periferias geográficas y existenciales para llegar a tener una presencia misionera en los territorios vacíos de la presencia eclesial. Debemos llegar con la Palabra y el Amor de Dios, con la ayuda efectiva de la caridad hacia los más pobres, los marginados, los que no cuentan para nadie.

Me alegra saber que  muchos como agentes de pastoral ya están trabajando generosamente en ello, se los agradezco de corazón y les pido hagan lo posible por sumar a otros, hay espacio para todos en esta Iglesia en salida.

 

Conclusión

Para finalizar expreso mi gratitud y aliento a ustedes mis hermanos sacerdotes que en seguida van a renovar las promesas sacerdotales. Escuchen bien lo que la Iglesia les propone en esas dos preguntas que debo formularles, y que se resumen en fidelidad y entrega. Piénsenlo mientras responden “Sí quiero” y que esa respuesta sea un deliberado acto de amor a Cristo y a la Iglesia.

Yo agregaría algo más a ese “Sí quiero”, y es el deseo de vivir sinceramente lo que implican la unidad de la Iglesia y la fraternidad sacerdotal. Que seamos capaces de afirmar hoy nuestro deseo de liberarnos de toda ambición y de todo rencor, de la murmuración y los chismes, que son el terrorismo de la Palabra, como nos lo enseña el Papa, y reiteremos la convicción de querer vivir en la verdad de la pureza, en la castidad del celibato, entregados por completo a hacer presente a Cristo en medio del mundo, acrecentando la oración para ser un auténtico padre espiritual para los fieles.

Y a ustedes queridos hermanos y hermanas. Por favor únanse a todas estas intenciones por medio de su oración. Ustedes nos ayudan a ser santos con sus sacrificios y ejemplo. No dejen de pedir a Dios por cada uno de nosotros. Que el Señor nos ayude a todos a vivir estos días con mucha fe y devoción.

 

Mons. Javier Román Arias

Obispo de Limón

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

quince − uno =