Homilía en la Misa por la visita de la imagen de la Virgen de los Ángeles

Catedral de Limón, sábado 28 de junio, 2025.

Hermanos y hermanas

Los que tuvimos, o tienen, la gracia de contar con una madre buena, de la que siempre recibimos ternura y amor, entendemos la alegría de lo que vivimos hoy aquí en Limón.

Estamos de fiesta en toda nuestra diócesis, pues se encuentra entre nosotros la imagencita morena de nuestra Patrona, Nuestra Señora de los Ángeles, que ha venido a visitarnos.

Damos gracias a Dios por la presencia amorosa de nuestra Madre del Cielo, la Virgen María que, como bien sabemos, forma parte fundamental del ser costarricense, de su vida y de su historia.

Cada dos de agosto, peregrinamos a su casa, la Basílica de los Ángeles, como hijos deseosos de ver y abrazar a nuestra madre. En medio de tantos problemas y decepciones de la vida necesitamos ese abrazo, ese consuelo y esa ayuda que solo ella nos puede dar.

Confiados dejamos a sus pies todo aquello que nos preocupa y que no sabemos cómo solucionar, lo que nos hace sufrir o nos angustia. Ella, como fiel discípula de su Hijo, presentará todas esas intenciones ante Él.

Y recordándonos hacer todo lo que Él nos diga, será siempre, para cada uno de nosotros, un modelo seguro de obediencia y entrega a la Voluntad de Dios.

En efecto, la Virgen de los Ángeles, patrona de Costa Rica, ha desempeñado un papel fundamental en la construcción de nuestra identidad nacional. Su imagen y la fuerte devoción hacia ella, han trascendido lo religioso para convertirse en un símbolo de unidad, fe y cultura en el país.

Desde el hallazgo de su pequeña imagen en el año 1635, aproximadamente, por una mujer sencilla, la Virgen ha sido un punto de convergencia para distintas clases sociales y grupos étnicos en el país.

La Romería, más que una peregrinación, es una expresión de fe y un acto de unión nacional, donde personas de todas las edades y condiciones sociales caminamos juntas, reforzando nuestro sentido de comunidad.

Además, la Virgen de los Ángeles ha sido invocada en momentos cruciales de la historia costarricense, como en tiempos de guerra, enfermedad o crisis, consolidándose como un símbolo de esperanza y protección.

Su imagen está presente en hogares e instituciones, lo que demuestra su arraigo en la cultura nacional. En esencia, la Virgen de los Ángeles no solo es la patrona de Costa Rica, sino también un elemento clave en la construcción de nuestra historia, recordándonos a los costarricenses valores como la solidaridad, la humildad y la paz, que caracterizan al país.

Constatamos, con gozo, como Ella se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente (DA, 269).

Esto nos lleva a reconocer que Costa Rica, cuyos ciudadanos en su gran mayoría nos declaramos cristianos, es entonces verdaderamente hija de María y Ella su verdadera Madre.

Con el hallazgo de su venerada imagen, Dios ha querido ponernos bajo su maternal protección y cuidado. Como sucediera un día con el discípulo amado, Ella ha querido hospedarse en nuestra casa (Jn 19,27). Y así queremos que este día, nuestra Diócesis de Limón, la acoja en su casa.

Después de haber celebrado ayer la hermosa solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el calendario litúrgico nos invita a celebrar hoy la fiesta del Corazón Inmaculado de María.

El Evangelio elegido para esta fiesta es el relato de la subida de Jesús al Templo a los doce años, que termina con la afirmación de que María guardaba todas estas cosas en su corazón.

Una hermosa coincidencia. Hoy celebramos a María en su corazón. Un corazón sin mancha, lleno de Dios, abierto totalmente a obedecerle y escucharle.

El corazón, en el lenguaje de la Biblia, se refiere a lo más profundo de la persona, de donde brotan todos sus pensamientos, palabras y obras. Podemos preguntarno, ¿qué brota del corazón de María? Fe, obediencia, ternura, disponibilidad, espíritu de servicio, fortaleza, humildad, sencillez, agradecimiento, y toda una estela inacabable de virtudes.

¿Por qué? La respuesta la encontramos en las palabras de Jesús: “Donde está tu tesoro allí estará tu corazón” (Mt 6,21). El tesoro de María es su Hijo, y en Él tiene puesto todo su corazón; los pensamientos, palabras y obras de María tienen como origen y como fin contemplar y agradar al Señor.

 

El Evangelio de hoy nos da una buena muestra de ello. San Gregorio de Nisa comenta que “Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado”.

¿Qué guarda María en su corazón? Desde la Encarnación hasta la Ascensión de Jesús al cielo, pasando por las horas amargas del Calvario, son tantos y tantos recuerdos meditados y profundizados: la alegría de la visita del ángel Gabriel manifestándole el designio de Dios para Ella, el primer beso y el primer abrazo a Jesús recién nacido, los primeros pasos de su Hijo en la tierra, ver cómo iba creciendo en sabiduría y en gracia, su “complicidad” en las bodas de Caná, las enseñanzas de Jesús en su predicación, el dolor salvador de la Cruz, la esperanza en el triunfo de la Resurrección…

Este pasaje está tomada del segundo capítulo de Lucas. Como sabemos, estos dos primeros capítulos no son, como se dice a veces, un Evangelio de la infancia de Jesús, sino una especie de gran introducción a su Evangelio en la que, en relatos muy simbólicos, el autor inspirado anuncia los grandes temas de su Evangelio.

En primer lugar, establece un estrecho paralelismo entre Juan el Bautista y Jesús, subrayando al mismo tiempo su diferencia.

Al final del relato del nacimiento de Juan el Bautista, san Lucas concluye que “el niño… crecía y su espíritu se fortalecía… hasta el día de su manifestación a Israel”. De Jesús dice que “crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia ante Dios y los hombres”.

El papel de Juan el Bautista se limitaba a Israel; el de Jesús se extiende a toda la humanidad. Esto es lo que Jesús le dice a María en el Evangelio de hoy: “¿No sabías que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”

El Bautista, destinado a ser el último de los profetas de Israel, creció en el desierto. Jesús, en cambio, después de haber afirmado que su misión va más allá de su familia natural y que se extiende a las dimensiones de la gran familia constituida por todos los hijos de Dios, su Padre, vuelve a Nazaret, donde permanece sujeto a María y José.

Esta sumisión y armonía dentro de la familia de Nazaret está en proporción a su apertura a la misión universal de Jesús. Por eso este Evangelio se lee también en la fiesta de la Sagrada Familia.

Cuando un grupo humano -sea una pareja, una comunidad o una nación- se encierra en sí mismo de forma egoísta, los conflictos internos se vuelven inmanejables y conducen a la ruptura del grupo o a la exportación de los conflictos en riñas o guerras con otros grupos o naciones.

Lo vemos actualmente en guerras tremendas que azotan al mundo, dejando una estela de dolor y destrucción que clama a Dios. También en todas esas guerras que se libran al interior de nuestras familias y que las llevan a su desintegración.

En cambio, cuando un grupo humano está abierto a la comunión y a asumir compromisos con sus miembros, es mucho más fácil gestionar y resolver los conflictos.

Este es el ejemplo que nos da el Evangelio de hoy. La “escapada” de Jesús crea un conflicto en el seno de la Sagrada Familia. María regaña a Jesús, le dice: “¿Por qué nos has hecho esto?”.

Pero la apertura de Jesús a los asuntos de su Padre celestial, más allá del pequeño círculo familiar, es asumida por María, que medita todas estas cosas en su corazón, aunque todavía no pueda entenderlas.

No sólo se mantiene la armonía dentro de la familia de Nazaret, sino que se profundiza. Mientras se hace independiente, Jesús sigue siendo obediente y sumiso. Crece tanto en autonomía como en sumisión, en estatura y en gracias, delante de Dios y de los hombres.

María guarda todas estas cosas en su corazón, incluso sin comprenderlas del todo, al igual que había guardado en su corazón la profecía del anciano Simeón que había predicho que una espada atravesaría su corazón.

Ella es modelo de armonía y de prudencia, de entrega y sacrificio, de presencia discreta pero efectiva. Ella es la primera contemplativa, por eso le pedimos que se quede entre nosotros, que nos ayude a crear mejores relaciones humanas, a que el diálogo, la comprensión y la ayuda reinen en nuestros hogares, a que se destierre en flagelo de las drogas que tanto daño nos causa.

¡Que tengamos un corazón semejante al tuyo Virgen Santa, intercede por nuestra diócesis que hoy clama a ti, ayúdanos a ser auténticos discípudos de tu Hijo y danos la paz que hemos perdido!

¡Virgen de los Ángeles,
Patrona de nuestra patria!
Tú eres la Hija amada del Padre,
la Madre de Cristo, nuestro Dios,
el Templo vivo del Espíritu Santo.

¡Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre, Jesús!
Has venido a visitar nuestro pueblo limonense
y has querido quedarte con nosotros
como Madre y Señora de todos nosotros,
a lo largo de nuestro peregrinar
por los caminos de la historia.

¡Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra!

Ampara nuestras familias,
protege a los jóvenes y a los niños,
consuela a los que sufren.
Sé Madre de los fieles
y de los pastores de la Iglesia,
modelo y estrella de la nueva evangelización.

¡Madre de la reconciliación!
Reúne a tu pueblo disperso por el mundo.
Haz de nuestra nación costarricense
un hogar de hermanos y hermanas
para que este pueblo abra de par en par
su mente, su corazón y su vida a Cristo,
único Salvador y Redentor,
que vive y reina con el Padre
y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.

Amén.

Mons. Javier Román Arias

Obispo de Limón

 

 

Foto de Laura Ávila, periodista Eco Católica

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