Monseñor Javier Román: el sacerdote debe ser un pastor cercano, íntegro y humilde

Catedral de Limón, 16 de agosto, 2025

¡Hermanos y hermanas en Cristo! Nos congregamos como familia de Dios: sacerdotes, religiosos, seminaristas y todo el pueblo santo que peregrina con fe firme en nuestra amada diócesis de Limón.

Este es un momento trascendental, una celebración que marca un antes y un después en la historia de nuestra Iglesia local. Johan Manuel, dentro de instantes, recibirá el sacramento del Orden presbiteral, un don y una misión que transforma para siempre la vida de quien lo recibe y el destino de aquellos a quienes servirá. A todos ustedes, especialmente a sus familiares y amigos que hoy lo acompañan con amor y oración ferviente, y a quienes nos siguen desde lejos, les envío un saludo lleno de esperanza y alegría desbordante.

Este día no es uno más. Es un día de júbilo intenso, un día en que nuestra Iglesia se llena de esperanza viva y se renueva en su compromiso misionero. Johan Manuel, hoy confiero en ti el sagrado Orden del Presbiterado. Has escuchado esa voz profunda y exigente que llama y arrastra el alma; has respondido con un “aquí estoy” sin vacilar ni mirar atrás. Eres llamado para trabajar en la viña del Señor, para ser colaborador cercano del Obispo y pastor fiel de su pueblo, a quien guiarás con la fuerza del Espíritu Santo a lo largo de toda tu vida sacerdotal.

Antes de continuar, invito a todos ustedes aquí presentes a unirnos en oración ferviente por el don de más vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. ¡Cuánto necesitamos en nuestra Iglesia jóvenes valientes que respondan al llamado del Señor con generosidad y valentía! Oremos para que el Espíritu Santo inspire sus corazones y les dé la fortaleza para seguir a Cristo Buen Pastor.

Johan Manuel, el sacerdocio no es un simple oficio ni un servicio social más. No es una tarea que puedas tomar a medias o desempeñar con desgano. Es configurarse de raíz con Jesucristo, el Buen Pastor que entregó su vida por sus ovejas. Tu existencia entera debe reflejar su amor, su entrega y su fidelidad para que el pueblo conozca la verdad liberadora y experimente la vida abundante. No se trata de hacer obras buenas o cumplir obligaciones; es una entrega total, un sacrificio diario, una vida moldeada por Cristo y para Cristo.

Valora profundamente tu vocación. A diferencia de muchos otros, tú tuviste la gracia y la bendición de estudiar sin la carga de una beca, sin tener que trabajar mientras estudiabas. La diócesis te abrió sus puertas y te brindó la oportunidad del estudio gratuito, además de confiarte a los mejores formadores, hombres y mujeres de fe y sabiduría que te prepararon con dedicación y amor. Que esta ayuda y este acompañamiento no sean nunca motivo de indiferencia o ingratitud, sino el impulso para un compromiso aún mayor y una entrega más generosa.

Hoy, la Palabra de Dios nos sacude desde el profeta Isaías (61,1-3): “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para sanar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y para dar el año de gracia del Señor.”

Así serás tú, sacerdote: enviado a los más pobres, a los corazones destrozados, a los presos de sus propias heridas y pecados, a los que sufren y lloran. Porque Dios ha reconciliado al mundo en Cristo y ha puesto en nosotros el mensaje vivo y urgente de la reconciliación, para restaurar la comunión con Él y con los demás.

San Pablo, en su carta a los Corintios (4, 1-2; 5-7), nos llama a recordar que somos: “servidores de ustedes por amor a Jesús,” administradores fieles de los misterios divinos, vasos frágiles que contienen un tesoro incalculable. No estamos aquí para buscar honores, poder o riqueza, sino para dar la vida, para custodiar con humildad y ternura el don que el Señor nos confía.

Querido Johan Manuel, en el Evangelio según San Juan (21, 15-17), Jesús resucitado se encuentra con Pedro y le pregunta tres veces: “¿Me amas?” A cada afirmación de amor, Jesús le encarga: “Apacienta mis ovejas.” Este diálogo es un llamado profundo a la entrega y al cuidado pastoral sin límites. Como Pedro, tú serás llamado a pastorear con amor sincero, a ser pastor no sólo en momentos de gloria, sino sobre todo en las pruebas y dificultades, a alimentar y proteger a tu rebaño con ternura y valentía. Que estas palabras del Señor te acompañen siempre y te fortalezcan en tu misión de guía y servidor.

Escucha y atesora las palabras del Papa León XIII, que nos recuerda que el sacerdocio es una herencia sagrada, transmitida de generación en generación, siempre con la misma misión: “proclamar con doctrina sincera y vida santa el Evangelio.” Esa es tu misión, Johan Manuel: predicar no tus ideas, sino la palabra viva y eterna de Cristo. Dedicarás tiempo al estudio, a la oración y a la formación, para que tu palabra sea un testimonio creíble y transformador.

Pon como modelo al santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, ese pastor incansable que con paciencia y amor llevó la luz de Cristo a los corazones más endurecidos. Su ministerio fue un verdadero camino de sinodalidad: caminaba junto a su pueblo, los escuchaba, los consolaba y guiaba hacia la verdad y la salvación. Que su ejemplo sea tu inspiración para ser un sacerdote cercano, humilde, servidor fiel, siempre en comunión con tu Obispo y hermanos en el sacerdocio.

Johan Manuel, hoy te entregas a un pueblo marcado por el dolor, la desesperanza y la urgente necesidad de un pastor que se entregue sin reservas, que no duerma tranquilo si una sola oveja está perdida o sufriendo. En esta vocación no hay horarios ni descansos definitivos; la gente te necesitará en sus horas más oscuras y en sus momentos de luz.

Pero escucha bien, con la fuerza del amor pastoral: no seas como tantos otros. No seas ese pastor que cuando la oveja llega clamando ayuda, está almorzando, o se esconde, o simplemente no aparece. No seas ese sacerdote que en el funeral, en el momento más crucial, no está presente sin ninguna razón válida. Cuida tu ministerio con celo santo. Que nadie pueda jamás pronunciar sobre ti palabras como: “robó, abusó, se emborrachó, se enriqueció, tiene un hijo.” Eso destruye la Iglesia y hiere profundamente a la grey.

Cuando pases por crisis —y te lo digo con la verdad y la experiencia— no te aisles ni te hundas en la soledad. Busca ayuda en nosotros, en mí, en tus hermanos, en tus amigos de verdad. No estás solo. Y nunca, jamás, te creas superior a nadie por el solo hecho de ser sacerdote. Recuerda siempre que eres humano, igual que todos nosotros. No somos dioses ni seres perfectos; somos hombres con virtudes y defectos, y tú también puedes caer y equivocarte.

Pero si alguna vez mancillaras tu vocación, si cometieras un error grave, haz lo único que honra y sana: renuncia, porque de otro modo haces un daño irreparable a la Iglesia que amas. No hay nada más grave que un sacerdote que pierde su integridad.

Ama tu celibato, y junto con él, la obediencia a tu Obispo, obediencia respetuosa, sincera y llena de amor. Estas son las columnas que sostienen tu ministerio santo. Guárdate de las murmuraciones y chismes que solo envenenan la unidad y destruyen la misión. Y, sobre todo, jamás te enriquezcas a costa de la Iglesia. Tu riqueza será la entrega humilde y generosa a Dios y a su pueblo.

No olvides nunca que el ministerio sacerdotal no se ejerce en soledad. Trabaja incansablemente junto a los laicos, los jóvenes, los adultos mayores, y con todos aquellos que enriquecen y sostienen la vida de la Iglesia. Fortalece la pastoral familiar, porque en el hogar comienza la fe viva que sostiene a la comunidad entera. Promueve con fervor la oración del Santo Rosario, esa fuente de gracia y consuelo, de la cual precisamente brotó tu vocación. Que este santo rezo sea para ti y para tu pueblo un camino seguro hacia el encuentro con Cristo y una fortaleza para los tiempos difíciles. Sé siempre un pastor cercano que camina con su gente, construyendo comunión, esperanza y amor en cada rincón que Dios te confíe.

Que la predicación sea el latido constante de tu ministerio: lee, estudia, medita la Palabra con pasión para que tu palabra sea viva, creíble y transformadora. Hoy entregas tu vida a Cristo para la salvación del mundo, para la gloria del Padre y la santificación de su pueblo. En la oración de consagración, pediré al Padre que renueve en ti el Espíritu de santidad.

Camina con valentía y firmeza hacia la santidad, configurándote cada día más con Cristo sacerdote, edificando la Iglesia, colaborando con tu Obispo y ejerciendo con amor la triple misión de enseñar, gobernar y santificar. Que tu vida sea un testimonio ardiente y tangible del amor de Dios.

Nunca olvides que la caridad pastoral, que nace del sacrificio eucarístico, es el vínculo que da unidad y sentido a tu ministerio. Que la Eucaristía diaria sea tu fuerza, tu descanso y tu impulso constante para seguir adelante.

Finalmente, te encomiendo con todo mi corazón a la maternal protección de Nuestra Señora de los Ángeles, madre y modelo de todo sacerdote. Acógela en tu alma con la ternura y fidelidad con que san Juan, el discípulo amado, la recibió.

Que la Virgen María, Madre de los sacerdotes, sostenga y guíe cada uno de tus pasos, para que tu corazón se configure cada vez más con el de Cristo, nuestro sumo y eterno Pastor. Que puedas cantar siempre las maravillas que el Señor hará en tu vida y ministerio desde este día y para toda la eternidad.

Así sea.

Monseñor Javier Román Arias

Obispo de Limón

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

11 − nueve =